Posts tagged ‘cuerda frotada’

RIVER MAN – Nick Drake


Del álbum Five Leaves Left (Island Records, 1969)

Descubrí a Nick Drake gracias a un CD que pedí prestado a mi primo Jordi (uno de mis principales “dealers” de referencias musicales antes de la llegada de Internet), que a su vez lo había encontrado de entre los discos que se amontonaban en Dandelion. Para quienes no la conozcan, Dandelion era aquella tienda en la plaza de San Marcos donde Andy Jarman y Mapi Guedes vendían ropa traída de Londres e impulsaban el Colectivo Karma, allá por la Sevilla de los 90. Por entonces, Jordi tocaba la batería con Strange Fruit (el grupo de Andy) y en ocasiones ayudaba en la tienda currando algunas horas. Yo me dejaba caer por allí, de tanto en tanto, para acompañar a mi primo y de paso ponerme al día de las novedades discográficas.

Volviendo sobre aquel CD, “Five Leaves Left” (título que hace referencia al mensaje de aviso al final de los libritos de papel de fumar – quedan cinco hojas –), era el debut discográfico de Drake. Recuerdo que tras unas primeras escuchas en seguida despertó mi atención el segundo corte del álbum, River Man. Pero antes de analizar qué tenía esa música, una brevísima introducción sobre la figura de Drake con unos pocos aportes biográficos. Nació en 1948 en Birmania, donde residía su familia por motivos laborales, aunque pronto regresarían al condado de Far Leys en Inglaterra. Desde temprana edad, animado por su madre Molly, aprendió a tocar el piano y comenzó a componer sus propias canciones (las cuales grababa en cintas magnéticas). Durante sus años de escolar, mientras paulatinamente perdía interés en sus estudios, tocaba también el clarinete y el saxofón. En 1965 compró su primera guitarra acústica (pagó 13 libras por ella). Tres años más tarde, en 1968, dejó de ir a sus clases de Literatura Inglesa en la universidad para viajar a Londres a grabar su maravilloso primer álbum. Tenía veinte años y tan solo se guiaba por su propia intuición musical.

El título de River Man hace mención al barquero que aparece en la novela “Siddhartha” de Herman Hesse, aunque se trate de un texto enigmático y abierto a múltiples interpretaciones. ¿Quién era Betty? ¿Cuál  era el “plan para el tiempo de las Lilas”? Son algunos interrogantes los cuales, aún hoy en día, los fans de Drake intentan dar significado. En cualquier caso, lo más interesante bajo mi punto de vista no está en los versos, sino en la música del compositor inglés.

La canción comienza con el sonido sincopado de una guitarra acústica. Un arpegio sobre un compás de 5/4 que siguiendo una secuencia de acordes menores parece resolver en uno mayor, pero que finalmente vuelve al ciclo de acordes menores. Esta cadencia en suspense de acordes junto al ritmo de amalgama de la pieza trasmite una leve sensación de inestabilidad, indeterminación o «insatisfacción», hermosamente desconcertante. Tras unos instantes, una dulce melodía de aires folk cantada frágilmente por Drake aparece como motivo principal. Pero lo mejor de River Man llega con la sección de cuerdas, que con un sonido suave y estático se une progresivamente a la canción dotándola  de una carga de intensidad y de riqueza armónica que va “in crescendo”, hasta que finalmente en su clímax te sobrecoge. Precisamente a causa de este arreglo,  la grabación tuvo que sortear algunos enfrentamientos entre Drake y la compañía discográfica (una pequeña filial de Island Records). El productor del disco, Joe Boyd, tenía la idea de incorporar una sección de cuerdas similar a la empleada por Leonard Cohen en su primer álbum, pero el trabajo realizado por el arreglista de la compañía no gustó a Drake. Él buscaba para esta pieza un arreglo que recordara a la obra de compositores impresionistas como Frederick Delius o Maurice Ravel, así que finalmente reclutó a su amigo Robert Kirby (un joven estudiante de música en Cambridge), que contó con la ayuda del veterano compositor Harry Robinson para terminar de escribir la partitura.

Otro dato curioso sobre River Man es que se trata de una de las pocas canciones compuestas por Drake para ser tocada con afinación estándar. Experimentaba en la mayoría de sus temas con diferentes técnicas de afinación, lo cual enriquecía la sonoridad de su repertorio, pero conseguía irritar al escaso público que acudía a sus directos (debido a las continuas pausas para cambiar la afinación de los instrumentos). Estas malas experiencias en conciertos, en combinación con su carácter introvertido, le llevaron a renunciar a tocar en vivo durante gran parte de su carrera.

Os dejo aquí este enlace, con un video-montaje de la canción colgado en Youtube por cortesía de Island Records. Y este otro con algunas fotos del joven músico.

En 1974, Drake falleció en casa de sus padres por una sobredosis de fármacos, los cuales tomaba durante ese periodo para luchar contra la depresión y el insomnio.  No recibió reconocimiento en vida por su obra y editó otros dos hermosos álbumes, “Bryter Layter” (1970) y “Pink Moon” (1972), dejando un legado musical que ha influenciado a multitud de artistas desde entonces.  Estos versos de “Fruit Tree” (otra canción de “Five Leaves Left”) describen los pensamientos que tenía el músico inglés sobre la indiferencia con la que el público apreciaba su talento, y también parecen presagiar su fatal destino.

Fame is but a fruit tree, so very unsound.
It can never flourish, till its stalk is in the ground.
So men of fame, can never find a way
Till time has flown, far from their dying day.

Mash

2 marzo 2012 at 8:14 am 5 comentarios

TRENO A LAS VÍCTIMAS DE HIROSHIMA – Krzysztof Penderecki


Para 52 instrumentos de cuerda. Compuesta en 1959.

Es muy difícil expresar el horror. No estoy diciendo asustar, sorprender o inquietar. Hablo de un auténtico relato del sufrimiento de una población azotada por un hecho horroroso. Y eso es lo que Penderecki extrae de cada uno de los sonidos de los instrumentos de cuerda frotada de los que hace uso: dolor, sufrimiento, llanto, … horror.

Todos nos hemos quedado impresionados por las imágenes que llegan de Japón. Un terremoto al límite de la escala Richter, el tsunami consecuente, los miles de muertos y desaparecidos, los centenares de miles de desplazados, las ciudades arrasadas, el peligro nuclear.

Hace menos de 6 meses caminábamos alegremente, Grace y yo, por Tokio, disfrutando de sus maravillas y de la bondad de su gente. Ahora demuestran hasta qué punto son civilizados (tal vez sea el pueblo más civilizado del mundo) con su comportamiento ante una catástrofe de esta magnitud. Su sentido del deber y su responsibilidad social hacen que los efectos colaterales (vandalismo, saqueos, violencia, multitudes que colapsan) sean mínimos, por no decir inexistentes. Ya nos pareció impresionante en su día. Ahora, nuestro asombro no tiene límites.

Ante esto, no podía dejar de hacer un homenaje a ese Japón, icono de civilización avanzada, que es tan duramente golpeado por el inmenso poder de la naturaleza, algo a lo que ni el país más preparado para los terremotos puede hacer frente. Por desgracia, los compositores japoneses no están entre los que más escucho, y lo poco que conozco no responde a lo que quería expresar. Así que he tenido que ir hasta Polonia para encontrarme con una pieza que narra otro acto de horror de su historia, con la diferencia de que, en aquella ocasión, fuimos los humanos quienes provocamos el sufrimiento de miles de personas. Se trata del atroz punto y final de la Segunda Guerra Mundial puesto por los estadounidenses al dejar caer sobre Hiroshima y Nagasaki sendas bombas nucleares.

Las estimaciones de la Radiation Effects Research Foundation consideran que las bombas habrían matado a unas 140.000 personas en Hiroshima y otras 80.000 en Nagasaki, muchas de las cuales murieron por envenenamiento por radiación. En ambas ciudades, la gran mayoría de las muertes fueron civiles.

Sería interesante hacer un balance acerca de cuántas películas, documentales, series, libros, noticias, nos repiten el holocausto nazi y el horror de los campos de concentración (que, por cierto, supusieron la muerte de entre 11 y 12 millones de personas), y de cuantas nos recuerdan que los Estados Unidos también optaron por el «exterminio», como si la población de esas ciudades fueran simples piececitas de plástico en un juego de guerra.

Por fortuna, ningún otro gobiernante, ni el tirano dictador del país más belicoso de la tierra, ha empleado los mismos métodos inhumanos. Y pasan ya más de 50 años. Aunque el desarme nuclear sigue siendo una utopía deseada por casi todos, pero a expensas de unos cuantos que se niegan a soltar el poder que les otorga un simple botón. ¿Para cuándo los políticos se preocuparán por las personas?

Pero vayamos a la música. En esta obra de algo más de 8 minutos, un joven y desconocido Penderecki se abre paso por el mundo de la música contemporánea de su tiempo. Desde su primera audición, la obra causó un fuerte impacto en la audiencia. Ganó un simple tercer premio en Katowice, pero su repercusión fue importante y permitió al autor darse a conocer internacionalmente.

La obra está compuesta sobre las bases del serialismo, incluye técnicas de microtonalidad (cuartos de tono) , clusters y contrapunto de bloques sonoros, desarrollado fundamentalmente por Ligeti en obras posteriores como Atmospheres o Volumina. Y la escritura es casi siempre gráfica, es decir, no hace uso del pentagrama convencional. Este tipo de escritura empezó a usarse cuando los compositores pretendían un efecto sonoro concreto en el que la altura del sonido y la rítmica no tuviesen que ser precisas. A menudo se indica la técnica a emplear y la densidad aproximada de los sonidos, y es el director o el propio intérprete quien tiene que determinar el resto de parámetros. Es lo que John Cage había llamado, unos años antes, indeterminación.

 

Página de la partitura de "Treno"
Página de la partitura de «Treno»

 

Otra de las sorpresas que nos depara esta obra es el uso de técnicas instrumentales no convencionales, como tocar las cuerdas más allá del puente, o golpearlas literalmente con el talón del arco. Para mi, uno de los efectos más dramáticos tiene lugar cuando los chelos realizan una nube de breves glissandi que nos hace pensar que en una masa de personas que se arrastran lamentándose a gritos por un sufrimiento que no pueden expresar con palabras. Es este dramatismo tan efectivo el que sin duda hizo reconsiderar a Penderecki el título de la obra, que al principio llamó con un abstracto 8’37». Esa triste moda de la época hubiera empobrecido una pieza que merece un lugar destacado en la historia de la música.

Tiene un «pero», a mi parecer, esta obra. Se trata precisamente de su duración. O tal vez de su resolución final. Cuando escucho el «Treno» de Penderecki, me sumerjo en un recorrido emocional muy intenso, que desde sus primeros segundos de sonido te exige una alta implicación. La obra transcurre por diferentes pasajes que ofrecen distintos niveles de intensidad, pero que, en general, y como requiere el tema que trata, son siempre muy expresivos y significativos. Casi simbólicos. Para mi, esta intensidad requiere un mayor desarrollo: el oyente deja de escuchar cuando todavía no se ha resuelto nada, cuando aún está esperando el anticlimax.

No me parece intencionado, aunque es mi sensación, claro está. Pero si lo es, si Penderecki realmente pretendía dejarnos ese amargor en el espíritu, entonces la obra maestra alcanza los niveles de radiación al que se enfrentaron los pobres japoneses. El compositor escribiría en 1964 «Dejé en el treno expresada mi firme creencia de que el sacrificio de Hiroshima nunca será olvidado y abandonado.» Para que no lo olvidemos, os dejo su música.

26 marzo 2011 at 5:16 pm 2 comentarios


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